Por Abraham
Domínguez
Madonna se robó el show de los Brit Awards pero no de la
manera en que hubiera querido. En cuestión de segundos, su aparatosa caída
durante su interpretación de “Living for Love”, primer sencillo de su esperado
disco Rebel Heart, le dio la vuelta al mundo. Memes y
mensajes por todo Twitter y Facebook no se hicieron esperar. Había desde los
chistosos hasta los agresivos que se burlaban descaradamente de la mujer de
cincuenta y seis años cuyo rostro se ha transformado de forma extraña en los
últimos años.
Yo he sido un “fan del infierno”
de Madonna desde que era adolescente. Sobra decir que tengo biografías,
playeras con su rostro y que sus discos no dejan de reproducirse una y otra vez
en mi iPod. Me sé
detalles de su vida que no debería saberme. Es una mujer que no se ha quedado
con las ganas de nada (ni de nadie) en el mundo del espectáculo. Prácticamente
no existe un estilo musical o actividad artística con la que no haya
coqueteado. Ha hecho de todo y todo lo ha hecho bien. Incluso en la actuación,
área en donde los críticos han sido despiadados, ha salido librada con creces.
Es la definición de Gran Artista, de una leyenda de la música que en lugar de
vivir de sus éxitos ochenteros, se empeña en verse vital, en bailar
desquiciadamente sobre el escenario y ser ella misma.
Una de las cosas que noté en la respuesta mundial ante su
caída fue la saña sobre su edad. Digo, incluso yo, que la idolatro con toda la
fuerza de mi alma, de repente hago alguna broma al respecto. Pero no deja de
llamar la atención que a mucha gente le moleste que quiera seguir actuando
joven cuando en realidad ya no lo es. ¿Por qué insiste en hacer números
musicales complicados más propios de una cantante joven? ¿Por qué enseña las
nalgas en una alfombra roja? ¿Necesita mostrarlas? ¿Su cara soportará una
cirugía más?
Estoy de acuerdo en que algunas
de las actitudes de Madonna en los últimos años han sido chistosas y
decadentes. Desde su divorcio con Guy Ritchie, la Madonna desatada de la época
deErotica quiso regresar. Su disco homenaje a
las drogas, MDNA, demostraba que la reina estaba molesta,
decepcionada del amor y lista para comportarse como toda una perra de nuevo.
Lamió micrófonos en el escenario, enseñó las chichis y quemó su ropa de dama
inglesa para ponerse, otra vez, medias telaraña y ligueros. Yo estaba
seguro de que se trataba de una etapa. El arte de Madonna siempre ha sido
honesto y refleja lo que está viviendo en ese momento. Al escuchar los nuevos
temas de Rebel Heart, se nota que hay una Madonna que, al menos
espiritualmente, está en vías de recuperarse. Quiere ver la vida de forma
diferente, quizás con mayor optimismo. “Living for Love” es eso: el discurso
madonnesco creyendo de nuevo en el amor.
Todos debemos reconocer que
nuestra reina ya no es la mujer del Blonde Ambition Tour, quizás uno de los mejores
espectáculos de la historia de la música. Le faltan cuatro años para los
sesenta y es una mujer que ha vivido grandes triunfos, pero también grandes
derrotas. No obstante, hace lo que se le pega la gana. Sigue adelante, no mira
atrás. Su valentía no termina por extinguirse. Le vale un sorbete que la llamen
vieja o ridícula. No está dispuesta a caer en convenciones y ¿por qué habría de
hacerlo? ¿Qué no hemos entendido, al verla durante treinta años de carrera, que
su mensaje es ese? ¿Por qué debemos dejar de hacer ciertas cosas por la edad?
¿En dónde está escrito que pasando los cincuenta uno debe volverse un modelo de
virtud? ¿Existe alguien capaz de ser algo semejante?
La libertad de Madonna molesta, provoca comezón. Quizás
porque en el fondo todos quisieran ser ella. No teme mostrarse sexual,
provocadora o como una maquina deseante. Vaya, estoy de acuerdo que unas nalgas
de veinte no son unas nalgas de cincuenta, pero el simple hecho de tener el
valor de romper con la convención es un acto digno y justo en este mundo
hipócrita. Al presentarse descarada, Madonna nos está diciendo que el cuerpo es
bueno, a pesar del tiempo, a pesar de todo. Y que debemos sentirnos a gusto con
lo que tenemos.
La caída de la reina fue
devastadora para sus fans. Por unos instantes pensamos que no se levantaría. La
queremos tanto que somos conscientes de sus batallas y de sus heridas. No
obstante, Madge se puso de pie. Actuó de forma impecable y le hizo honor a la
representación de su rola: tomó al toro por los cuernos. En cuatro
minutos (ella ya había dicho antes en Hard Candy que podía salvar al mundo en ese periodo de
tiempo) nos dio una lección: nos podemos dar un madrazo en cualquier momento,
pero tenemos dos opciones: nos ponemos de pie y seguimos adelante, o paramos el
show y nos metemos a la cama a llorar.
Gracias a Dios, a los hados, a las horas de ejercicio, a
la disciplina, a su interminable talento o al pacto con el diablo que tiene, la
Ciccone sigue de pie, enseñándonos cómo se hace. Larga vida a la reina.
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