Por Ángeles Rodríguez
La 'Casa Blanca' de Las Lomas. Foto: Portal Aristegui Noticias. |
Casi a diario aparecen noticias acerca cómo
algún político mexicano y/o sus familiares gastaron una fortuna en adquirir propiedades,
automóviles, viajes o ropa, claro, todo de súper lujo. La primera reacción que surge en casi todos
los que vivimos en este país al recibir ese tipo de información es un profundo
sentimiento de indignación, seguido muchas veces de uno de desesperanza, de que
ese tipo de situaciones de parte de nuestra clase política ya no deberían
siquiera sorprendernos. Sin embargo,
también es cierto que nunca falta alguna opinión acerca de que no son de
nuestra incumbencia los gastos que dichos ‘individuos’ realizan en su vida
personal, que no sabemos a ciencia a cierta si el dinero que se gastaron es
fruto de un acto de corrupción o, peor, que no podemos esperar que alguien que
se desenvuelve en las altas esferas políticas viva una vida que no sea ridículamente
ostentosa. Pero, ¿y entonces, debemos prestarle atención a este tipo de
información? Mi opinión se inclina a que sí debemos hacerlo.
En primer lugar, todo aquel que desempeña un
cargo político acepta, al menos de forma tácita, que su actuar se encontrará
bajo el escrutinio público. Incluso
situaciones que pudieran calificarse como pertenecientes al ámbito de la vida
privada de los políticos, como las ropas y joyas que visten o la mansión en la
que viven, pueden colocarse dentro de dicho escrutinio cuando existe una duda
razonable de que éstas pudieran ser producto de un acto de corrupción o tráfico
de influencias. Sobre todo en lo que se refiere a aquellas figuras con largas
trayectorias políticas, a las que no se les ha conocido ninguna otra profesión,
¿cómo no poner bajo los reflectores sus cuantiosas, casi siempre inexplicables,
fortunas?
Por otro lado, también se encuentra el
importantísimo factor de la situación económica y social que atraviesa el país
y un muy largo porcentaje de las familias que en él habitan. Mientras que en
otros países más desarrollados económicamente, los funcionarios públicos
abrazan y enarbolan la austeridad, ya sea al usar vestidos de cincuenta dólares
como Michelle Obama o conducir un ‘vochito’ como José Mújica, el hecho de que
en México los políticos no tengan un mínimo de discreción para exhibir, ya sea
en las revistas de sociales o en Facebook,
sus compras en las boutiques más exclusivas y sus viajes a los destinos
más exóticos, genera gran indignación entre la gente que sufre los embates de
una ‘difícil’ situación económica. Esto
no significa que se espere que los políticos y sus familias no gasten un
centavo y vivan como pordioseros, lo que quiere decir es que es el colmo que
restrieguen sus despilfarros en la cara de los afectados por muchas de las
malas decisiones que sus gobiernos toman.
Cada caso es diferente y quizás algunos de
los políticos que son puestos bajo la lupa de verdad gasten sólo lo que ha sido
producto de su trabajo de años o de una buena inversión. Sin embargo, en un
lugar como México donde hemos sido testigos de tantos funcionarios que se hacen
millonarios de la noche a la mañana o a los que futuros proveedores
gubernamentales les otorgan créditos con tasas de interés muy por debajo de
cualquier otro en el mercado, no es descabellado y a nadie debería crearle
sorpresa que el despilfarro de nuestros políticos se convierta en tema de ocho
columnas en todos los medios y sea fuente de interés. Lo preocupante sería que
eso dejara de importarnos a todos.
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