lunes, 20 de abril de 2015

¿Nos deben importar los despilfarros de nuestros gobernantes?

Por Ángeles Rodríguez


La 'Casa Blanca' de Las Lomas. Foto: Portal Aristegui Noticias.



Casi a diario aparecen noticias acerca cómo algún político mexicano y/o sus familiares gastaron una fortuna en adquirir propiedades, automóviles, viajes o ropa, claro, todo de súper lujo.  La primera reacción que surge en casi todos los que vivimos en este país al recibir ese tipo de información es un profundo sentimiento de indignación, seguido muchas veces de uno de desesperanza, de que ese tipo de situaciones de parte de nuestra clase política ya no deberían siquiera sorprendernos.  Sin embargo, también es cierto que nunca falta alguna opinión acerca de que no son de nuestra incumbencia los gastos que dichos ‘individuos’ realizan en su vida personal, que no sabemos a ciencia a cierta si el dinero que se gastaron es fruto de un acto de corrupción o, peor, que no podemos esperar que alguien que se desenvuelve en las altas esferas políticas viva una vida que no sea ridículamente ostentosa. Pero, ¿y entonces, debemos prestarle atención a este tipo de información? Mi opinión se inclina a que sí debemos hacerlo.

En primer lugar, todo aquel que desempeña un cargo político acepta, al menos de forma tácita, que su actuar se encontrará bajo el escrutinio público.  Incluso situaciones que pudieran calificarse como pertenecientes al ámbito de la vida privada de los políticos, como las ropas y joyas que visten o la mansión en la que viven, pueden colocarse dentro de dicho escrutinio cuando existe una duda razonable de que éstas pudieran ser producto de un acto de corrupción o tráfico de influencias. Sobre todo en lo que se refiere a aquellas figuras con largas trayectorias políticas, a las que no se les ha conocido ninguna otra profesión, ¿cómo no poner bajo los reflectores sus cuantiosas, casi siempre inexplicables, fortunas?

Por otro lado, también se encuentra el importantísimo factor de la situación económica y social que atraviesa el país y un muy largo porcentaje de las familias que en él habitan. Mientras que en otros países más desarrollados económicamente, los funcionarios públicos abrazan y enarbolan la austeridad, ya sea al usar vestidos de cincuenta dólares como Michelle Obama o conducir un ‘vochito’ como José Mújica, el hecho de que en México los políticos no tengan un mínimo de discreción para exhibir, ya sea en las revistas de sociales o en Facebook,  sus compras en las boutiques más exclusivas y sus viajes a los destinos más exóticos, genera gran indignación entre la gente que sufre los embates de una ‘difícil’ situación económica.  Esto no significa que se espere que los políticos y sus familias no gasten un centavo y vivan como pordioseros, lo que quiere decir es que es el colmo que restrieguen sus despilfarros en la cara de los afectados por muchas de las malas decisiones que sus gobiernos toman.

Cada caso es diferente y quizás algunos de los políticos que son puestos bajo la lupa de verdad gasten sólo lo que ha sido producto de su trabajo de años o de una buena inversión. Sin embargo, en un lugar como México donde hemos sido testigos de tantos funcionarios que se hacen millonarios de la noche a la mañana o a los que futuros proveedores gubernamentales les otorgan créditos con tasas de interés muy por debajo de cualquier otro en el mercado, no es descabellado y a nadie debería crearle sorpresa que el despilfarro de nuestros políticos se convierta en tema de ocho columnas en todos los medios y sea fuente de interés. Lo preocupante sería que eso dejara de importarnos a todos.



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