Por Abraham Miguel Domínguez
Cualquiera pensaría que trabajar en
un escenario es una actividad que conlleva glamour. Las tarimas, las luces y el
aplauso del público crean una fantasía en la que el éxito se apoya para
volverse real. Una de las profesiones que más ha ganado el adjetivo de glamorosa
es la de la bailarín. Tener un cuerpo perfecto y ser capaz de las hazañas
corporales más increíbles sin duda genera respeto y una gran admiración. Cuando
uno observa a una persona que se dedica a la danza, un aura de magia es
perceptible. Caminan de forma diferente, se mueven con nítida consciencia de
los alcances de sus extremidades. B. es uno de ellos. Con casi diez
años de experiencia al ser parte de la Compañía del Ballet Folclórico de Amalia
Hernández, es un joven bailarín que ha vivido inmerso en el mundo de la danza.
Ha experimentado en carne propia las grandes ventajas y aventuras que este
mundo proporciona; sin embargo, no ha salido librado del sacrificio tan grande
que implica estar en un escenario y dedicar su vida entera a una de las bellas
artes.
¿Qué
se necesita para ser un bailarín ballet folclórico? En palabras de Carlos
Antúnez, el coordinador del Ballet, la clave es disciplina. Pero no
únicamente eso. Se requiere entregar la vida entera a una profesión que demanda
pasión las veinticuatro horas del día. Se debe empezar joven y tener
capacidades corporales aptas para el trabajo dancístico. Esto significa que no
cualquiera puede aspirar a ser bailarín. La condición física, tanto heredada
como adquirida, son factores determinantes. Ya después llegan el trabajo, el
esfuerzo y la disciplina para lograr ocupar un lugar en el competido ámbito.
B. lo ha vivido. Desde muy temprana edad, y gracias a la influencia que
tuvo por su madre, también bailarina, decidió que también quería entrar en el
mundo del baile, pero contemporáneo.
Estudió y se preparó arduamente; no obstante, no contaba con que el
destino le jugaría mal: una lesión en la cadera durante un ensayo limitó su
desarrolló en la danza clásica. En busca de otros horizontes e impulsado por su
afán artístico, decidió incursionar en el ballet folclórico.
Gracias
a su talento y después de muchísimo esfuerzo, logra entrar, en la capital
mexicana, al Ballet de Amalia Hernández. Su vida en la compañía ha sido larga e
interesante. Viajes que van desde China hasta Dubai, representando un arte
netamente mexicano y mostrándole al mundo la belleza de nuestra música, de
nuestra danza y de nuestros ritmos más ancestrales. Explica B. que la
apreciación que se tiene del ballet folclórico en el extranjero no tiene nada
que ver con la que se tiene aquí en su país. “En otras partes del mundo lo
valoran más. Aquí no. Las causas son muchas: la falta de promoción y lo caro
que es acceder a este tipo de espectáculos. Sin embargo, en otros países, les
fascina, es algo espectacular”.
La
vida diaria de B. gira entorno a la danza. La disciplina es su gran
compañera. Debe practicar ballet, folclor, y diferentes tipos de baile. También
ejercitar su cuerpo para mantenerse en forma y llevar una dieta muy estricta
(proteínas, verduras y nada de harinas y azúcares), pues no puede permitirse
subir de peso. Su cuerpo es el instrumento, es lo que lo ayuda a expresar su
arte. Además, como ser bailarín no es una actividad con un gran poder
adquisitivo, debe abrazar diferentes actividades para sobrevivir. Clases de
baile, en gimnasios, modelaje o varios tipos de proyectos artísticos se vuelven
fuentes inevitables para conseguir ingresos en una profesión que es hermosa,
pero que en ocasiones no brinda las herramientas económicas suficientes. “A los
bailarines de danza folclórica les va mal, si hay funciones te pagan, pero de
todas maneras es un pago muy bajo”, explica B.
Desde
afuera, el mundo de la danza se ve duro, pero atractivo. El virtuosismo escénico
siempre llama la atención. Sin embargo, no es un camino fácil, ya que ni
siquiera tanta disciplina y esfuerzo aseguran éxito. B. también ha sido
presa de una especie de burocracia dancística. Lo mejores no son los que
encabezan los repertorios. Como en muchas otras áreas del arte (y de la vida)
existen favoritismos y vías para hacer las cosas que nada tienen que ver con el
talento. Estas circunstancias lo han llevado a hacer un alto en su actividad
para revalorar su arte y sus proyectos a futuro. La presión a la que ha
sometido su cuerpo y sus emociones ha sido demasiada y, por su bien, ha
decidido hacer un alto momentáneo. Vive bajo mucho estrés e incluso los
meniscos de sus piernas ya le empiezan a presentar problemas. Pero todo se le
olvida en el momento en el que sale al escenario y la música y las luces
atraviesan su cuerpo y sacan el artista que lleva dentro. No lo puede evitar.
Bailar es su vida.
El
alto momentáneo que ha hecho en su carrera no quiere decir que se retirará. Es
consciente de que la carrera de bailarín es corta y que pronto deberá buscar
otras opciones para seguirse desarrollando, pero siempre dentro de la danza.
La
vida de los artistas nunca ha sido fácil. Desde bailarines, escritores, músicos
o actores, el sacrificio es muy alto. El mundo tan caótico en el que vivimos
insiste en hacerlos desaparecer. Las oportunidades de trabajo son muy
pocas y la entrega que requiere
cualquiera de las bellas artes es increíblemente demandante. ¿Para qué,
entonces, dedicarse a una actividad tan golpeada? La respuesta que darán los
artistas es que es inevitable. No pueden vivir sin hacerlo. Por otro lado,
¿cómo sería un mundo sin arte? ¿Un arte que igual le interesa a pocos pero que
ilumina pequeñas partes del oscuro firmamento en el que vivimos?
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